lunes, 12 de mayo de 2008

DIFERENCIAS ENTRE CREYENTE Y DISCIPULO


por Luis Gabriel César Isunza
Hablar de discipulado es hablar de transferencia de vida. Jesús hablaba de un proceso, no de un suceso, en el que van involucrados variedad de asuntos y disciplinas espirituales. En mi estudio personal sobre discipulado encontré definiciones de algunos que han sido reconocidos como expertos en dicha materia.
Lamentablemente, hablando de los hermanos que forman nuestras congregaciones, buena parte de ellos no entienden a profundidad los conceptos de discipulado y compromiso de vida. Me pregunto con frecuencia, ¿cuánto entiende el creyente sobre lo que es el verdadero compromiso? Creo que en las iglesias abundan los espectadores itinerantes, cuya búsqueda, de iglesia en iglesia, es más el reflejo de su propia frustración por falta de compromiso que profundidad en su caminar con Cristo. Ciertamente en la Biblia encuentro, en la vida y palabras de Jesús, un indicativo creciente de compromiso y dedicación. Hablar de discipulado y compromiso no es nada popular. Si yo dictara en la iglesia un estudio sobre profecía, seguramente las multitudes se agolparían buscando un espacio para el aprendizaje; pero, si dirigiera un estudio, ya sea sobre la vida de oración, o la importancia de las buenas relaciones entre los unos y los otros, o cómo invertir mis recursos en la obra de Dios, los interesados serían unos cuantos. Hoy en día sabemos de iglesias que crecen; pero me pregunto, ¿crecen como el pasto (césped, grama), a lo largo y alto pero con poca profundidad?, o, ¿como verdaderos robles? Urge que, como líderes, nos demos a la tarea de experimentar lo que Pablo decía: «dolores de parto» (Gá 4.19) en el esfuerzo de formar la vida de Cristo en otros.
Hablar de discipulado es hablar de transferencia de vida. Jesús hablaba de un proceso, no de un suceso, en el que van involucrados variedad de asuntos y disciplinas espirituales. En mi estudio personal sobre discipulado encontré definiciones de algunos que han sido reconocidos como expertos en dicha materia. Menciono algunas:
Es un proceso educativo-espiritual que logra hombres obedientes a Cristo, lo cual es el paso inicial. Como proceso es infinito. La finalidad es que los hombres piensen y vivan como Cristo. (Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo)
Es una relación de maestro- alumno, basada en el modelo de Cristo y sus discípulos, en la cual el maestro reproduce en el estudiante la plenitud de vida que él tiene en Cristo, en tal forma que el discípulo se capacita para adiestrar y enseñar a otros. (Id y haced discípulos de Keith Phillips)
Es el compromiso personal y permanente del cristiano con la persona de Jesucristo y el Espíritu Santo de obedecerle. Es el permanente señorío de Jesús en el creyente, en otras palabras, es el sometimiento total permanente del cristiano a la Palabra de Dios, la Biblia, bajo el control y dirección del Espíritu Santo. (Primera Iglesia Bautista de Ciudad Satélite, México)
El discípulo de Cristo es un creyente que refleja un constante crecimiento espiritual a la medida de la estatura de Cristo. En consecuencia, tiene vida de oración y es efectivo en el evangelismo y en el discipulado, porque actúa bajo la dirección, control y poder del Espíritu Santo. Existen algunos enunciados que en lo particular me han ayudado a entender más a fondo el concepto de ser un auténtico discípulo de Cristo Jesús. En el presente artículo mencionaré los primeros diez, tomando conciencia de que las consideraciones tratadas pueden ser ampliadas y estudiadas por los lectores.
El creyente suele esperar panes y peces; el discípulo es un pescador. Hay creyentes cuya tarea principal es consumir lo que el reino ofrece. Van a la iglesia, se hacen miembros, pero pocas veces, si no es que nunca, ponen al servicio del Señor todo lo que son y lo que hacen. Son espectadores, a estos debemos pasar al escenario, y convertirlos en auténticos pescadores de hombres y mujeres.
El creyente lucha por crecer; el discípulo por reproducirse. El creyente común no piensa en los demás sino en sí mismo. Dice: «¿qué puedo obtener de esta situación?», o, «¿en qué me va a beneficiar este asunto?». Está centrado en sí mismo y poco piensa en los demás. El verdadero discípulo se reproduce, siguiendo una filosofía de flujo, que consiste en compartir con los demás todo lo que recibe.
El creyente se gana; el discípulo se hace. Las personas que responden positivamente a una invitación en un esfuerzo evangelístico no pueden ser contadas como discípulos de Cristo, sino como personas interesadas en conocer más de Dios. Dice Billy Graham que «cuesta diez por ciento de esfuerzo ganar a una persona para Cristo, pero cuesta noventa por ciento hacer que permanezca en la fe».
El creyente depende en gran parte de los pechos de la madre (el pastor); el discípulo ha sido destetado para servir (1 Sa 1.23–24). Muchos creyentes inmaduros esperan que el pastor se haga responsable de su crecimiento espiritual. Cuando no están dando evidencias claras de su fe en Cristo Jesús, inmediatamente responsabilizan a otro de su mal desempeño como cristianos.
Al contrario, el discípulo comprometido, busca su propio alimento, y está listo para servir a los demás.
El creyente gusta del halago, el discípulo del sacrificio vivo. Si dentro del pueblo cristiano no estuviéramos tan preocupados por los reconocimientos, ya habríamos alcanzado a nuestros países para Cristo. La demanda del apóstol Pablo fue por demás contundente: «que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo».
El creyente entrega parte de sus ganancias; el discípulo entrega su vida. Considero que uno de los problemas más serios que se dan en la iglesia de Cristo es el dualismo que se establece. Por un lado, está Dios como ser espiritual; y nosotros, muy distantes como sus criaturas. Esta dualidad se ve cuando muchos cristianos hablan del día del Señor, pasando por alto que todos los días son del Señor; dicen que el diezmo es de Dios, cuando en realidad el 100% es de Dios; que el templo es la casa de Dios, sin embargo, olvidan que cada creyente es templo del Espíritu Santo de Dios. Sí, Dios no desea poco de nosotros, lo desea todo.
El creyente puede caer en la rutina; el discípulo es revolucionario. Uno de los grandes peligros del creyente en Cristo Jesús, es el quedarse atascado en los triunfos del ayer. La vida se caracteriza por el cambio, y en especial la vida en Cristo. Lamentablemente hay creyentes, así como iglesias completas, que caen en lo que yo llamo demencia cristiana, que no es otra cosa que el simple hecho de hacer las mismas cosas, esperando resultados diferentes. Un discípulo auténtico y comprometido, busca el cambio, el avance, conquista áreas que antes no había vencido, y no vive solamente de los triunfos del pasado.
El creyente busca que lo animen; el discípulo procura animar. Uno de los conceptos que más atraen mi atención en la vida de todo discípulo, es el entusiasmo, que no es otra cosa que «Dios dentro». Lamentablemente las iglesias están llenas de individuos que buscan experiencias que los animen, que los llenen, etcétera; pero cuando la iglesia no cumple las expectativas que ellos tienen, entonces, buscan una iglesia que sí «los llene»; y cuando esa nueva iglesia ya no llena sus anhelos, buscan una nueva, y así es el resto de la historia. Sin embargo, Dios ha formado un tipo de persona excepcional, el discípulo; por sí mismo anima, alienta, llena, ya que la vida abundante que recibe de Cristo Jesús cada día es su fuente esencial de gozo y paz, y no depende de las circunstancias para ello.
El creyente espera que le asignen tareas; el discípulo es solícito en asumir responsabilidades. A lo largo de mi ministerio me he encontrado con personas que dicen: «Pastor, cuando necesite de algo, solamente llámeme», y luego se retiran sin la menor intención de participar, pero descansados de que por lo menos «se pusieron a la disposición de Dios». Lo cierto es que el discípulo hace tres cosas en este aspecto: Primero, identifica necesidades; segundo, usa los dones que Dios le ha dado para llenar esas necesidades; y en tercer lugar, continúa su capacitación para darle a Dios el servicio que él merece. El discípulo sabe que no necesita de «cargos» eclesiásticos para servir a Dios, sino que busca servirlo con amor y excelencia.
El creyente murmura y reclama; el discípulo obedece y se niega a sí mismo. Estoy convencido de que uno de los pecados que más daño han causado a la iglesia de todos los tiempos es la murmuración y el chisme. Los púlpitos a menudo son el lugar donde los pastores comunicamos nuestra profunda frustración cuando en la iglesia hay murmuraciones y chismes, y creo que pocas veces se llega a comprender la seriedad de semejante práctica pecaminosa. En días pasados la iglesia que pastoreo y su servidor, prometimos delante de Dios, no hablar de nadie que no estuviera presente para defenderse, y cuando tuviéramos alguna queja contra alguien, seguir el patrón bíblico en cuanto a la confrontación y reconciliación. No me cabe la menor duda de que el creyente que se convierte en discípulo «se desviste» de la práctica pecaminosa de la murmuración.
Es el anhelo de mi corazón que los pastores y líderes de iglesias nos demos a la tarea de hacer discípulos, que por cierto fue el corazón de la gran comisión de nuestro Señor y Salvador Jesúcristo.
El autor es pastor de la Primera Iglesia Bautista de Ciudad Satélite, México.

ACTITUDES


por Chris Shaw
La actitud que tiene Dios para con nosotros debería trascender hacia los demás. Entre otras la Palabra resalta actitudes como: misericordia, benignidad, humildad, paciencia, soportándonos y perdonándonos unos a otros teniendo en cuenta lo mucho que Cristo nos ha perdonado. Si tenemos este sentir, influiremos, para el Señor, en las actitudes de los demás.

«Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús.» Colosenses 3.17
Si alguien me pidiera que nombrara las enseñanzas más significativas de mi vida, sin duda incluiría en el listado al tema de las actitudes. Cuando entendí el significado de las actitudes como factores claves de la conducta humana, pude experimentar un cambio muy significativo en mi trato con los demás. Esto se evidenció especialmente en una mayor facilidad para sortear con soltura algunas de las dificultades que son naturales en la vida de relación.
Nuestra actitud puede definirse como positiva o negativa y, según los psicólogos, somos negativos ¡en un 80 a 90% del tiempo! Frente a las distintas circunstancias de la vida que debemos encarar, expresamos estas actitudes en un «sí, puedo» o en un «no puedo».
El diccionario define a la palabra actitud como «postura del cuerpo», y en un sentido figurado, como «disposición de ánimo manifestada exteriormente». En otras palabras, es la evidencia física (exterior) observable en nuestros ademanes, gestos y postura, de nuestro sentir (interior). Dicho de otra manera: lo que sentimos en nuestro corazón se verá reflejado, de alguna manera, en nuestra conducta. Quizá sea en el área de nuestras relaciones con los demás en donde más influyan nuestras actitudes. Instintivamente, al estar frente a una persona, la empezamos a evaluar, tomando primeramente en cuenta su apariencia, y fijándonos después en lo que dice y hace. También tenemos en cuenta la forma en que se expresa y la manera en que hace las cosas. Evaluamos a las personas según lo que podríamos llamar las Cinco Áreas de Apreciación, las cuales son cómo luce, qué dice, qué hace, cómo lo dice, cómo lo hace.
Aún antes de haber iniciado una conversación con alguien tomamos en cuenta su vestimenta, facciones, estatura, semblante, expresión de rostro, y todos los detalles por los cuales «luce» como persona, poniéndolos en la «balanza» de nuestra evaluación y, según la «pesada» de lo que nos agrada o desagrada, decidimos si la persona merece nuestra aprobación. Según el sentir resultante, nuestra actitud hacia esa persona será positiva o negativa. Si fuere negativa, por más cuidado que pongamos en lo que decimos, nuestro sentir trascenderá y, por ende, se resentirá la relación.
Si nuestra apreciación de cómo luce la persona genera en nosotros una actitud positiva hacia ella iniciaremos una conversación influida por esa actitud, hasta que, quizás algo de lo que diga, o cómo lo diga nos produzca rechazo, con el consiguiente cambio hacia una actitud negativa. La misma reacción puede ser producida de entrada por algo que la persona haga, o el cómo lo haga. ¿Cuántas veces, por ejemplo el solo hecho de que una persona esté fumando nos vuelve negativos hacia ella, debido a nuestro sentimiento de desaprobación? Lo que la persona hace influye en nuestra actitud. Una persona puede estar comiendo, cosa que no desaprobamos en sí misma, pero sí rechazamos cómo come; nuestra actitud es afectada nuevamente como consecuencia.
De manera que valuamos constantemente a las personas a través de estas cinco áreas en nuestra vida de relación. Sin embargo, debemos tener muy en cuenta que, así como nosotros juzgamos a los demás a través de estas cinco áreas, ellos nos juzgan a nosotros. Esto significa que, en nuestro trato con los demás, tanto nuestra actitud como la de aquel que tengamos delante de nosotros serán claves en cualquier conversación que entablemos.
Una de las evidencias más claras de una actitud negativa en el trato con los demás es la que se manifiesta en la crítica o en la queja; la tendencia natural a ver lo que está mal y no apreciar lo que está bien.
Cuando un niño llega de la escuela con su boletín de calificaciones y se lo presenta a uno de sus padres, ¿qué es lo Primero que éste comenta? ¡Así es! ¡La calificación baja! Lo hace porque esa mala nota apela a esa actitud negativa de ver lo que está mal. Pero, ¿cómo responde el hijo? ¿Coincide con el padre respecto de su mala conducta? Lo más probable es que no lo haga. Muy por el contrario, él también se pondrá en una actitud negativa justificándose con un sin número de argumentos que, con toda creatividad, irá presentando en defensa de su posición, dificultándole al padre la solución del problema por no reconocer su error.
En cambio, si el padre empezara por comentar lo que está bien (y siempre hay algo bueno cuando lo buscamos con la correspondiente actitud positiva), partiría de una base positiva sobre la cual podría edificar junto con su hijo. Podríamos ilustrar esto de la siguiente manera:
Enfoque Negativo
Padre: «¿Pero cómo? ¿Otra vez un 3 en Historia? ¡ Siempre el mismo inútil! ¿No te da vergüenza? ¡Con todo el sacrificio que hacemos para mandarte a la escuela!» (etc., etc.).
Hijo: «Pero papá, ¿no ves que tengo muchos deberes para hacer, que no tengo tiempo de estudiar todo, que la maestra no nos sabe enseñar, que el compañero de banco siempre me distrae, que estuve enfermo el día de la prueba y que etc., etc.,. etc.?»
Padre: No sé..... No sé... Ya no sé qué hacer con vos para que estudies
Enfoque Positivo
Padre: Veo que te sacaste un 8 en Aritmética. ¡Muy bien hijo! ¡Te felicito! ¡Estoy orgulloso de tu logro! ¿Cómo hiciste para sacarte una nota tan buena?
Hijo: Y papá, imagínate. Me esforce mucho, estudié todos los días, hice todos los deberes, me dediqué mucho.
Padre: ¡Qué bien, hijo! ¡Así es como se progresa! Ahora, aquí veo que en Historia no te ha ido tan bien. ¿Qué fue lo que pasó?
NOTA: Habiendo establecido una base positiva al comentar y señalar lo que está bien, el padre apela a lo positivo en su hijo. Al partir de esa base, es muy probable que el hijo le responda positivamente, y colabore con el padre para resolver juntos el problema.
Hay una ley física que dice que a cada acción le corresponde una reacción opuesta de igual intensidad. ¡Cuán cierta es esta verdad en nuestro trato con los demás! Si nos acercamos a una persona con una actitud negativa, lo más probable es que reaccione negativamente. En cambio, si iniciamos una conversación con una persistente actitud positiva, aun cuando la otra persona esté negativa, terminará con una actitud positiva por la influencia de nuestra acción.
Volviendo a la ilustración del niño escolar, tengamos en cuenta que ya se ha condenado a sí mismo por esa mala nota al presentarle el boletín a su padre. Con toda seguridad, su mayor deseo sería cambiarla o solucionar el problema de alguna forma, si le fuera posible. Pero si de entrada su padre lo encara con un reproche, el niño reaccionará negativamente, defendiéndose. Pero si lo encara positivamente, partiendo de una base positiva, el padre demostrará ser un líder que tiene sus ojos puestos en la solución y no en el problema.
La enseñanza es, entonces, que debemos tener muy en cuenta que las actitudes definen el resultado del trato con las personas y que, por lo tanto, para tener éxito en nuestras conversaciones con los demás debemos:
Examinar nuestra propia actitud hacia la situación o la persona, y determinar si es positiva o negativa.
Si nuestra actitud fuere negativa, deberemos transformarla en positiva, mirando a la otra persona desde la perspectiva de Dios, con su amor y misericordia.
Debemos tener en cuenta cuál es la actitud de la persona con la cual vamos a tratar.
Acercarnos a la persona de acuerdo con la actitud que manifieste. Si fuere negativa, proponernos transformarla en positiva.
El versículo citado al comienzo de este artículo resume el pasaje que comienza en el versículo 5, y que habla sobre las actitudes del viejo hombre, las que el cristiano debe dejar (v. 8) y las del nuevo hombre, de las cuales se debe vestir (v. 12).
En ese pasaje se nos exhorta a «vestimos» como escogidos de Dios, santos y amados (v. 12). Si para Dios somos «escogidos, santos y amados», ciertamente esto debería afectar nuestra actitud hacia nosotros mismos en la gracia de Dios. Si debemos amar a nuestro prójimo «como a nosotros mismos», la actitud que tiene Dios para con nosotros debería trascender hacia los demás. Las actitudes mencionadas en el pasaje son: entrañable misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos y perdonándonos unos a otros teniendo en cuenta lo mucho que Cristo nos ha perdonado. Si tenemos este sentir, influiremos, para el Señor, en las actitudes de los demás.

(Tomado de Desarrollo Cristiano Internacional)

"Yo estoy a la puerta"


Un hombre había pintado un lindo cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que velaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso.Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía.Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró una falla en el cuadro. La puerta no tenía cerradura.Y fue a preguntar al artista:

_“¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?“.

El pintor tomó su Biblia, buscó un versículo y le pidió al observador que lo leyera:Apocalipsis 3, 20:“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo.”

_”Así es”, respondió el pintor. “Ésta es la puerta del corazón del hombre. Solo se abre por dentro.

”Abramos nuestro corazón al amor, a DIOS.Cambiemos, aun estamos a tiempo"

viernes, 2 de mayo de 2008

ESCUELA BIBLICA



En este 2° Ciclo de Estudios del 2008 iniciamos nuestra Escuela Bíblica, un programa creado para apoyar el desarrollo de los miembros de la iglesia en cuatrro áreas básicas: Conocimiento Bíblico, Crecimiento Espiritual, Liderazgo y Visión de la Iglesia y Desarrollo de habilidades.


Inicaremos actividades el próximo Jueves 24 de abril a partir de las 7: 15 p.m. y un segundo grupo el sábado 26 a las 2 p.m. con la materia FUNDAMENTOS DE NUESTRA FE.

2° CICLO DE ESTUDIOS 2008

El siguiente es el calendario del 2° Ciclo de Estudios 2008:


MODULO INICIO HORARIO

Doctrinas Básicas 1 Abril 29 Martes 7: 15 p.m.

Doctrinas Básicas 2 Mayo 8 Jueves 7: 15 p.m.

Doctrinas Básicas 3 Abril 29 Martes 7: 15 p.m.

Clase 101 Mayo 8 Jueves 7: 15 p.m.

Clase 201 Abril 29 Martes 7: 15 p.m.

Clase 301 Abril 29 Martes 7: 15 p.m.

Clase 401 Mayo 8 Jueves 7: 15 p.m.


Costos: Doctrinas Básicas 1-3 $5.000 c/u

Clases 101 - 401 $6.000 c/u